Este post finaliza la crítica iniciada aquí, sobre el trabajo ¿Homo loquens neanderthalensis? En torno a las capacidades simbólicas y lingüísticas del Neandertal. Sergio Balari, Antonio Benitez Burraco, Marta Camps, Víctor M. Longa, Guillermo Lorenzo y Juan Uriagereka. Munibe 56, 2008. Pp. 3-24.
La valoración global que he obtenido de este artículo es de profunda decepción. En primer lugar, resulta decepcionante la falta de aportaciones originales a la investigación.
El trabajo, que en realidad se articula como una respuesta a los trabajos de dos investigadores (Trinkaus y d’Errico), basa su argumentación en reproducir opiniones y valoraciones a la contra.
Así, al no añadir nuevas evidencias, o al menos una reflexión detallada y analítica, sobre el material y la documentación arqueológica, fracasa en sus planteamientos elementales.
Concurre el hecho de que el artículo refleja una línea de investigación que propuso hace unos treinta años un modelo interpretativo. Y el desarrollo de la práctica arqueológica ha dejado obsoleto dicho modelo (incapacidades neandertales y "modernidad vs. arcaísmo").
En 2010, la impresión que se obtiene de los últimos trabajos a nivel mundial, es que ese modelo de las incapacidades apenas está presente en la agenda investigadora.
Por otro lado, también me ha decepcionado la falta de una reflexión original, desde la filología y la lingüística (el campo de cuatro de los cinco firmantes del artículo) sobre la posibilidad de rastrear y documentar capacidades lingüísticas entre los neandertales.
Lo cierto es que esperaba mucho más en ese sentido: una reflexión y una interacción metodológica entre disciplinas. Una inmersión real en el tema, que permitiera comenzar a estructurar una estrategia conjunta. Esa estrategia es una necesidad insoslayable, para rastrear el lenguaje neandertal en el registro arqueológico.
El problema, en mi opinión, es que los arqueólogos estamos encontrando una enorme cantidad de evidencias de comportamientos sociales y económicos complejos entre los neandertales. Y, además, se ha documentado una gran variabilidad de esos comportamientos, en el tiempo y en el espacio.
El registro nos está diciendo que esas sociedades humanas tienen etnología, tienen historia, y tienen desarrollo social y económico.
Esos grupos desarrollan estrategias amplias y planificadas de interacción con el medio, tienen una organización compleja del hábitat doméstico -y del territorio-, y cambian sus modos de vida, a lo largo de su historia.
Sabemos que algunos grupos neandertales fabricaron adhesivos minerales y vegetales, que luego usaron para sujetar sus útiles de piedra, en enmangues de hueso o -más a menudo- madera.
Tenemos evidencias de que en el Sur de Europa se cortaron árboles, y fueron trabajados para fabricar estructuras y herramientas.
También sabemos que en Alemania sus ancestros ya fabricaban azagayas de madera, y no de cualquier forma… sino con aplicación de largos procesos productivos, y mediante la aplicación de conocimientos técnicos avanzados.
Sabemos que, a lo largo de su prolongada historia, los neandertales desarrollaron una cultura funeraria, enterrando a sus muertos en fosas (a veces de poca profundidad, pero otras veces auténticos pozos excavados, de entre 1 y 2 metros). Colocaron cuidadosamente los cuerpos y rellenaron después las fosas.
Sabemos también que en algunos momentos y lugares utilizaron la misma cueva para enterrar a un número de individuos, como si de un cementerio o santuario se tratara. Y podemos afirmar, también, que tanto en los lugares con una sola tumba como en aquellos con varias, la disposición de las fosas no es casual ni aleatoria.
Se ha documentado el uso de elementos de adorno personal entre las últimas sociedades neandertales de Europa occidental y del Sur. Esos adornos requieren de sistemas de fabricación bastante complejos, que implican perforar piezas robustas de esmalte y dentina animal, con herramientas de piedra, fabricadas para tal uso. Un artículo muy reciente sugiere que pudieron utilizar también conchas de moluscos para adornarse, si bien la evidencia es compleja de interpretar.
Sabemos que los Neandertales del noroeste de Francia, en varios lugares, escogían pigmentos minerales de tonalidades concretas y los transportaban a sus campamentos. Allí los fragmentaban hasta dejarlos de un tamaño adecuado, y después los raspaban con herramientas de sílex, para darles una cierta forma de lápiz. Los neandertales usaban esos “lápices” en distintas tareas. Entre ellas pudieron estar la decoración y el tratamiento de pieles animales. Además, existen indicios (aún sin confirmar) de que se pudieron usar en la propia piel de los neandertales.
Además, algunos de esos grupos de neandertales tardíos desarrollaron una artesanía del hueso muy elaborada: Fabricaron sus herramientas óseas a partir de una fractura controlada del hueso, a lo que sigue la configuración general de la forma del útil (mediante raspado con lascas cortantes), y un acabado o pulido con una roca arenisca o similar.
Se ha documentado que los neandertales tienen distintos modos de abatir y procesar a sus presas de caza, y que esos sistemas cambian a lo largo del tiempo. Frente a un tópico nunca probado, que afirmaba que los neandertales no tenían armas de proyectil, la evidencia actual señala a que una parte de su armamento estaba diseñado (y fue utilizado) para la caza a distancia.
Sabemos que los neandertales organizaban las tareas carniceras tanto en los sitios de matanza como en los campamentos. Cuando el registro es completo, se distinguen fases diferenciadas y planificadas: desde la apertura y división de la carcasa hasta el fileteado de la carne y aprovechamiento intensivo de la grasa medular. En algunos niveles, se ha detectado incluso el reparto de las distintas partes útiles del animal (una vez desechadas cuernas, pezuñas, etc…) entre diferentes hogares del campamento.
Por supuesto, sabemos también que los neandertales tuvieron sistemas muy complejos de gestión de su utillaje de piedra. Se ha documentado un aprovechamiento diferencial de materias primas. Eso significa que se aplicaban distintos sistemas técnicos a diferentes rocas, según sus propiedades mecánicas y su potencial de uso. Y esa aplicación se hacía, a menudo, de forma combinada (uso de varias rocas, talladas con sistemas distintos, para distintas funciones) y/o ramificada (la misma roca, con varios usos, se talla de forma diferente según la función buscada).
Las actividades de talla -y la gestión del utillaje- a menudo quedaban diferidos en el tiempo y en el espacio, entre una y otra fase de aprovechamiento. Esa interrupción implica que cargaban con las rocas y las herramientas talladas, en desplazamientos de (muchas) decenas de kilómetros. No era un transporte arbitrario, sino que cumplía una función prevista y planificada con anterioridad: una función que las rocas presentes en el lugar al que se viaja no podían cumplir.
En fin sabemos todo eso y todavía más… y por todo ello, simplemente, nos resulta inconcebible que esas sociedades humanas no tengan un lenguaje elaborado.
Pero a partir de esa certeza, es necesario articular una respuesta a la pregunta: ¿cómo refleja el registro material las capacidades cognitivas y lingüísticas de los neandertales?
Para ello necesitamos más y mejores herramientas metodológicas, para poder comprender la evidencia en su totalidad, desde el punto de vista del lenguaje y los procesos cognitivos.
Por eso necesitamos una reflexión real, profunda, por parte de otros campos del saber (los que estudian el lenguaje y su origen) que nos aporten herramientas metodológicas. Esas herramientas deben estar bien articuladas, ser concretas, y eficaces.
Desde luego, lo que no necesitamos es que, desde la filología y la lingüística nos recuerden (a base de tópicos) que un paradigma caracterizó una vez a los neandertales como brutos sin habla.
La evidencia está ahí. Si se nos provee de las herramientas, podemos rastrear la naturaleza del lenguaje neandertal.
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