Desde los inicios de la investigación en Prehistoria, ha habido un esfuerzo por identificar diferentes “culturas” arqueológicas y ordenarlas en el tiempo y en el espacio. Hasta mediados del siglo XX esa ordenación fue muy elemental en cuanto al Paleolítico Medio, el periodo asociado con el hombre de Neandertal.
En general, se entendía que el Paleolítico medio se identificaba, sobre todo, con las herramientas de piedra de tipo Musteriense y -en menor medida- con otros tipos de útiles de piedra (clasificados como Clactonienses, Levalloisienses y otros conceptos que a menudo se solapaban).
Esa situación se prolongó hasta los años sesenta del siglo veinte, cuando F. Bordes presentó lo que se ha dado en llamar el programa cuaternarista.
En pocas palabras, la propuesta de Bordes era utilizar, sistemáticamente, una combinación de tipología y estadística: Propuso ordenar las herramientas y piedras talladas en tipos característicos, y después convertir los resultados en porcentajes, índices y otras abstracciones cuantificadas (en números con significado estadístico).
El objetivo de ese método era obtener una información “tipificada”, regular, de cada conjunto de herramientas, para así comparar los distintos conjuntos de cada yacimiento. La razón final de la comparación era identificar “culturas” arqueológicas y ser capaces de ordenarlas, en el tiempo y en el espacio.
En los planteamientos de la tradición histórico-cultural, de la que Bordes formaba parte, las culturas arqueológicas representaban grupos étnicos, pueblos del pasado. Por eso, al identificar culturas “arqueológicas” y seguir su rastro en el espacio y en el tiempo, se podría reconstruir la dinámica histórica de los pueblos de la Prehistoria.
Para el Paleolítico medio, cuyos conjuntos resultaron poco diferenciados según la tipología bordesiana, se recurría sobre todo a los índices (presencia relativa) de determinados objetos. El resultado fue la definición de unas facies Musterienses, según predominaban en los conjuntos raederas, denticulados, objetos de tipo Levallois, etc…
Estas facies se entendieron como grupos específicos o divisiones del Musteriense, y recibieron denominaciones como Musteriense Típico, de Denticulados, Charentiense, de Tradición Achelense, Vasconiense, etc.
Esas facies no se pudieron ordenar cronológicamente, ya que todas convivían en los distintos periodos en los que vivió el hombre del Neandertal. A pesar de la falta de ordenación cronológica, Bordes (y gran parte de la historiografía en general) consideró que las facies podían ser interpretadas en términos histórico-culturales. Es decir, se supuso que cada facies representaba, en cierto modo, una cultura o grupo étnico.
Desde esa perspectiva, se trató de interpretar la dinámica de las facies Musterienses en términos de dinámica histórico-cultural: el devenir de distintos grupos étnicos a lo largo del tiempo. Pero los resultados fueron escasos y poco concluyentes.
Frente a esto, L. Binford, un investigador norteamericano de posiciones neopositivistas y funcionalistas (dentro de la llamada Nueva Arqueología) propuso una explicación funcional de las facies del Musteriense. Binford defendía que las facies debían representar las funciones de distintos tipos de yacimientos (cazaderos, lugares de habitación, de procesado de determinadas materias primas….). Pero el mismo admite, en su obra En Busca del Pasado, no haber dado con la interpretación precisa de las distintas facies bordesianas.
En las últimas décadas, la tipología bordesiana para el Paleolítico medio ha sido abandonada. Persiste sólo como lenguaje o sistema de referencia común para muchos arqueólogos. Lo que se ha abandonado, de hecho, es la idea de que las facies representan una realidad objetiva (sea de tipo étnico o funcional).
Las deficiencias fundamentales de las facies han sido señaladas por autores como L. G. Freeman, y son: su exhaustividad asistemática y la falta de atención a otros elementos fuera de los productos retocados.
Con "exhaustividad asistemática" quiero decir que la tipología de Bordes recoge toda una serie de tipos que se consideraban característicos, bien conocidos. Pero sin una reflexión sobre qué son en realidad, cómo se han tallado y retocado, o si son utensilios en estado inicial o ya sometidos a un fuerte reavivado.
En cuanto al estudio de las sociedades neandertales, el programa cuaternarista tuvo otro problema: La investigación se organizó con la base de dos tipologías (listas de herramientas) distintas.
Para el Paleolítico medio, asociado con los Neandertales, se utilizó la lista Musteriense (Bordes) y para el Paleolítico superior se elaboró otra específica, con los “tipos” que se consideraban más característicos de las culturas del Chatelperroniense, el Auriñaciense, el Solutrense, etc.…
Para el Paleolítico medio, asociado con los Neandertales, se utilizó la lista Musteriense (Bordes) y para el Paleolítico superior se elaboró otra específica, con los “tipos” que se consideraban más característicos de las culturas del Chatelperroniense, el Auriñaciense, el Solutrense, etc.…
Esta división, al centrarse sólo en los útiles retocados, tuvo el efecto de exagerar las diferencias entre el Paleolítico medio y superior. Además, imposibilitó -en la práctica- el poder comparar entre conjuntos de una y otra etapa.
Por otro lado, la mencionada falta de atención a los objetos que no estaban retocados dejaba fuera de consideración a la mayor parte de la información sobre las técnicas de talla, o la gestión de esas herramientas (reavivado, reciclado, etcétera…)
Sigue leyendo esta serie aquí: Las herramientas de piedra de los Neandertales III
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Primer Post de esta serie: Las herramientas de piedra de los Neandertales I
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