Vuelvo con este post a las revisiones de artículos, en las que presento trabajos que me parecen interesantes para comprender mejor la vida de los Neandertales. Esta vez, hago la crítica de un estudio arqueozoológico, publicado por Willian Rendu en 2010. En ese trabajo, el autor analiza los comportamientos de caza de los Neandertales, a partir del estudio de los restos de sus presas.
La arqueozoología, esa gran desconocida (lamentablemente)
Antes de entrar en el meollo, permitidme una -no tan breve- disgresión sobre la arqueozoología. Esta disciplina (o técnica, o sub-disciplina, etc, según quien la nombre) constituye, en mi opinión, uno de los recursos más valiosos, y a la vez desconocidos y minusvalorados, para el estudio de las sociedades de cazadores-recolectores. Y, por tanto, para avanzar en la comprensión de las sociedades humanas del Paleolítico.
Es cierto que otros aspectos del registro arqueológico (como la industria en piedra, o en otras materias) y paleoantropológico (los propios restos humanos) son de gran interés, y sirven para reconstruir partes importantes de la experiencia humana en el pasado.
Pero el enfoque centrado en esas evidencias a menudo olvida o minusvalora (históricamente ha sido así) los restos estudiados por los arqueozoologos. Me refiero a los restos de fauna, que provienen de animales que entraron en la órbita de las sociedades humanas de la Prehistoria (normalmente, como presas consumidas).
Para el Paleolítico, y para las sociedades de cazadores-recolectores en general, las presas de la caza están en la base natural de la organización económica.
La gestión de lo económico (subsistencia, producción, gestión de recursos), a su vez condiciona e interacciona con la organización social. Y, probablemente -como sugiere el arte rupestre- la caza también estuvo en el centro de la cosmovisión y los valores de las sociedades paleolíticas.
Además, la caza no es sólo alimentación. La evidencia arqueológica señala que, junto con la carne y la grasa, los animales abatidos proporcionan materia prima para el utillaje (hueso, diente o asta) al menos desde el Musteriense (la cultura material asociada a los Neandertales europeos). También se trabaja la piel animal (de nuevo, desde el Musteriense como mínimo) para la confección de abrigos y refugios.
Y, por último, hay otros usos probables, pero que no dejan evidencias en los registros arqueológicos de esa antiguedad: Por ejemplo, el uso de tendones y tripas (para realizar atados y sujecciones varias), o el recurso a la grasa medular con fines no alimenticios: bien como aislante corporal, o bien como combustible, para la iluminación artificial.
Puntas enmangadas con sujecciones de tripa seca
(realizadas por el paleo-artesano Triballica)
Si dejamos por un momento de pensar en lo que aporta la caza, y pasamos a valorar lo que requiere, esa actividad se revela como un criterio central en la organización de la movilidad de los grupos, y en la gestión del territorio. Desde luego, no es el único aspecto importante, ya que la recolección de otros recursos (líticos, vegetales) y las necesidades puramente sociales (interacciones familiares, clánicas, tribales...) también influyen en la organización de la movilidad. Pero no cabe duda de que, a pesar de ello, la caza sigue siendo un elemento decisivo.
La etnografía de cazadores-recolectores actuales y sub-actuales muestra cómo -a menudo- las necesidades de la caza (entendida como obtención de recursos animales) determinan cómo se organiza el trabajo en esas sociedades. Esto es particularmente cierto en las poblaciones árticas y sub-árticas: La caza condiciona el tamaño de los grupos, cómo se unen o se separan en agrupaciones más pequeñas a lo largo del año, cuantos kilómetros se desplazan y qué territorios cubren, etc.
Para ir cerrando esta disgresión sobre la arqueozoología, quiero insistir en que el estudio de los restos óseos de los animales tiene un enorme potencial explicativo. Según mi criterio, hacen falta más especialistas y más trabajos arqueozoológicos, como el artículo que nos ocupa.
Sin embargo, reconozco esta no es un petición sencilla de satisfacer: un buen arqueozoólogo debe tener amplios conocimientos de paleontología, biología/etología y antropología/arqueología, como mínimo, para hacer bien su trabajo... Es difícil conseguir especialistas con conocimientos tan variados y, a la vez, tan especializados, pero.... ¡por pedir que no quede!
El trabajo de W. Rendu estudia los comportamientos de los grupos neandertales que habitaron en el abrigo rocoso de Pech-de-l'Azé I. Ese yacimiento forma parte de un conjunto de cavidades con depósitos arqueológicos, que están situados en dicha localidad del suroeste de Francia. Los abrigos (I a IV) son conocidos desde finales del siglo XIX y han sido excavados en varias ocasiones.
Situación del yacimiento en el mapa de Europa (a partir de W. Rendu, 2010)
En concreto, el abrigo de Pech-de-l'Azé I ha sido re-excavado en un reciente proyecto de investigación sobre el Musteriense de esa región, dirigido por Marie Soressi. El trabajo de William Rendu aprovecha los resultados de dicha excavación.
Gracias a una metodología más desarrollada y cuidadosa que la utilizada en las intervenciones antiguas, la excavación de Soressi permitió una recogida exhaustiva de todos los restos de fauna. El estudio de esos restos, junto con todas las evidencias conservadas de excavaciones anteriores, ha permitido al autor estudiar los comportamientos de los Neandertales en relación a la caza y consumo de animales.
En este punto, mencionaré que los trabajos de Soressi en la zona donde se sitúa Pech-de-l'Azé son de gran interés para estudiar el cambio histórico en las sociedades Neandertales. En concreto, y para esa región, la investigadora propone una evolución en la organización económica en la parte final del Musteriense (Soressi, 2002).
Dicho cambio se refleja en el registro, en el paso de un Musteriense de Tradición Achelense (MTA) Tipo A, al llamado Musteriense de Tradición Achelense Tipo B. Se trata de dos sistemas de organización de la industria lítica, que están dentro de las mismas tradiciones técnicas pero presentan diferencias significativas.
En concreto, el MTA Tipo A se distingue por la producción de abundantes bifaces, muy estandarizados en su forma y dimensiones. En Pech-de-L'azé I esa "facies" aparece en el nivel 4, el más antiguo de los estratos con ocupación humana. Además de los bifaces, hay otros rasgos interesantes: En las materias primas líticas conviven materiales importados y locales; y se aportan y utilizan abundantes pigmentos minerales (manganesos).
En cuanto al MTA Tipo B, supone una reducción importante en el número de bifaces, que pasan a ser un tema menor en la industria de piedra. Además, las materias primas pasan a ser de origen más bien local, con menos materiales importados. En Pech-de-l'Azé I esta "facies" aparece en los niveles 6 y 7 (que son los otros dos estratos con presencia neandertal). En esos niveles se documentan los rasgos típicos de la "facies" cultural. Y, por otro lado, desaparece el transporte y uso de pigmentos de manganeso, tan abundantes en el nivel 4.
La interpretación regional de Marie Soressi es la siguiente: dentro del MTA, el paso del Tipo A al Tipo B refleja un cambio económico de calado en una sociedad inmersa dentro de una cierta tradición técnica.
Ilustración de la síntesis de M. Soressi para explicar
el desarrollo del MTA (A y B). El original aquí.
Ese cambio sería el tránsito de una economía basada en la movilidad logística a otra basada en la movilidad residencial. Con estos términos Soressi se refiere a dos estrategias definidas por el antropólogo y arqueólogo Lewis R. Binford, a partir de sus estudios etnográficos (Binford, 1980).
A grandes rasgos, la movilidad residencial implica aportar los recursos a campamentos base, de manera que estos sólo se abandonan cuando los citados recursos se agotan en el ámbito inmediato. Esa estrategia presupone, por lo tanto, una relativa abundancia de recursos, y cierta homogeneidad en su distribución en el territorio.
En cuanto a la movilidad logística, según Binford se basa en el aprovechamiento de recursos que están desigualmente distibuídos en el tiempo y en el espacio (por ejemplo, migraciones de grandes manadas de ungulados). En este modelo los campamentos se sitúan próximos a los lugares y momentos en que los recursos son más abundantes.
A pesar de los obvios parecidos entre ambas estrategias, la duración de las ocupaciones y las distancias recorridas en cada modelo suelen ser muy diferentes. Y también lo son otros aspectos, como el tamaño de los grupos a lo largo del ciclo anual, o las necesidades de materia prima, alimento y utillaje que se presentan en cada estación.
Volviendo al MTA, tal y cómo propone Soressi, los bifaces y la aportación de materias primas importadas (Tipo A) encajarían bien con la estrategia logística, mientras que los cambios en el MTA Tipo B estarían en la linea de un cambio hacia una movilidad de tipo residencial .
La caza y el aprovechamiento de los ciervos en Pech-de-l'Azé I
Me he entretenido en explicar los planteamientos de Soressi porque son importantes para entender las conclusiones y propuestas explicativas de Rendu. Volvamos ahora al trabajo de este autor.
En el artículo que nos ocupa, "Hunting Behavior and Neanderthal adaptability in the Late Pleistocene site of Pech-de-l'Azé", Rendu aborda un estudio que combina varias técnicas y enfoques de alto valor informativo. Esos enfoques son: estudio de la tafonomía del depósito, análisis arqueozoológico del transporte y consumo de los animales, determinación de perfiles de población, y, por último, "esqueletocronología" (determinación del momento de la muerte de los animales, a partir de los restos esqueléticos de huesos, dientes y astas).
Un dato conocido previamente, por los estudios paleontológicos de excavaciones anteriores en el yacimiento, es que la fauna de Pech-de-l'Azé I está dominada por el ciervo (Cervus elaphus), seguido del bisonte (Bison priscus), y por otros ungulados en número mucho menor. Además, parece que no hubo cambios ambientales importantes entre los tres niveles estudiados (4, 6 y 7). En ese sentido, el trabajo que nos ocupa no hace sino constatar los hechos ya conocidos.
Cervus elaphus: ciervo rojo o venado.
El primer resultado original del análisis de Rendú es demostrar que las muestras de fauna son de origen antrópico. Es decir, que otros agentes (como los carnívoros, trampas naturales, etc) no tuvieron una influencia apreciable en la acumulación de huesos de los tres estratos estudiados.
Esta afirmación se infiere de la práctica ausencia de huellas de carnívoros y de restos de dichos animales. Y también de la hiper-abundancia de huellas antrópicas (hechas por los Neandertales, en este caso) sobre los huesos de fauna.
En cuanto al transporte y aprovechamiento de los animales, el estudio de Rendu afirma que hay una correlación clara entre las partes del animal que aparecen con mayor frecuencia, y la cantidad de médula ósea que tienen esos huesos en su interior.
A partir de ese dato, el autor propone que hubo un transporte diferencial de dichas partes del esqueleto, a causa del "valor" en grasa medular de esos huesos en particular.
Esto tiene bastante lógica, ya que al "preparar" un animal en el lugar de abatimiento ("kill site") se debe decidir qué parte se transporta y cual no. Pero también hay que decidir si se toman sólo los paquetes musculares o se carga con piezas con el hueso incluído. El criterio de la cantidad de médula ósea, que tiene un impacto importante en la dieta, es por tanto, bastante razonable. Creo que es muy probable que fuera tenido en cuenta por los Neandertales.
Sin embargo tengo dos críticas a esta parte del trabajo. Por una parte, el propio estudio también muestra que hay una correlación bastante alta entre la densidad de los huesos y los elementos presentes en la muestra.
Eso podría indicar que se han destruido por procesos tafonómicos los huesos menos densos: es decir, puede ser que ciertos huesos que fueron llevados al yacimiento en origen, no sobrevivieron a más de 40 milenios de procesos físico-químicos. Es cierto que Rendu menciona esta posibilidad, pero pasa por ella de puntillas. Si realmente no cree que el sesgo de la conservación comprometa la validez de la muestra, debería razonarlo.
El otro punto que me hace dudar se refiere a las esquirlas y los restos "no determinables". O mejor dicho, a su aparente ausencia de la explicación.
Me explico: En los conjuntos óseos de los yacimientos pleistocenos -al menos, los que yo he estudiado- además de los huesos cuyo origen (parte anatómica y especie) se puede reconocer, hay una gran cantidad de pequeños fragmentos "no determinables". En algunos casos, dichos restos pueden llegar a constituir (en terminos de "masa") la mayor parte de la fauna del nivel.
En general, estos restos son ignorados en los estudios arqueozoológicos y paleontológicos. Y esto es bastante problemático: al no ser tenidos en cuenta, pueden pasarse por alto importantes sesgos en la representación anatómica y de especies animales.
Por ejemplo, supongamos que una parte de los huesos es reducida de foma intencional a pequeños fragmentos "no determinables". Un motivo para ello puede ser el siguiente: entre los restos aportados estaban ciertas partes del animal ricas en grasa medular de difícil acceso: epífisis, huesos articulares, costillas, vértebras, y huesos planos con tejido esponjoso.
La grasa de esos huesos es, como digo, bastante difícil de obtener: requiere procesos muy intensos de fragmentación, junto con otros mecanismos como cocciones, etc...
En ese sentido, hay documentados etnográficamente distintos procesos para obtener la grasa medular, que en general implican la fragmentación de los huesos en pequeños trozos para hacer con ellos un "caldo de hueso".
Lo que quiero decir es que, hipotéticamente, en un yacimiento del Pleistoceno, podrían estar las epífisis, huesos articulares, costillas, vértebras, huesos planos... pero pasar desapercibidos para el arqueozoólogo, porque han sido reducidos a pequeños fragmentos... que no se estudian.
Todo eso puede devenir en un sesgo importantísimo, que oculta realidades completamente distintas a las que se infieren del estudio los huesos determinados.
Por todo esto, pienso que un trabajo arqueozoológico queda un poco "cojo", si no se intenta al menos cuantificar y clasificar esos pequeños fragmentos.
Aunque está claro que los pequeños trozos de hueso no se pueden estudiar con tanto detalle cómo los grandes restos, si se pueden buscar otras estrategias de análisis: Una primera sugerencia sería separarlos en categorías: Por ejemplo, se pueden separar por un lado aquellos que presentan "tejido cortical", proveniente de la caña de los huesos largos, y por otro los restos con tejido "esponjoso" (también llamado canceloso o trabecular, que se halla en epífisis, articulaciones, etc).
Por otra parte, se puede estudiar el grado de fragmentación (agrupándolos por tamaños, y analizando los tipos de fractura que presentan). Y, otra idea, se pueden documentar las alteraciones que presentan (por ejemplo: ¿está el fragmento quemado o alterado por el calor?).
En este punto, me gustaría aclarar que todo lo dicho no significa que no acepte el análisis de Rendu. Ni que piense que su trabajo es erróneo.
En realidad, es posible que los fragmentos "no determinables", en estos niveles de Pech-de-l'Azé I, sean poco abundantes o poco significativos. Pero, si ese es el caso, realmente creo que debería explicarlo en el artículo. Porque lo que sucede es que, al no aparecer ninguna referencia explícita a las esquirlas y fragmentos "no determinables", se generan ciertas dudas -creo que razonables- sobre esa parte de su trabajo.
Volviendo a la ennumeración de los resultados del estudio, la siguiente aportación de Rendú es la representación de edades y sexos (poblaciones animales) a partir los restos de ungulados. Esa parte va unida al estudio de la "esqueletocronología". Estas líneas de análisis son, sin duda, lo mejor del artículo.
El autor se centra, a partir de este punto, en el estudio de los ciervos, y utiliza varias técnicas complementarias (estudio de crecimiento de huesos y astas, erupción de dientes, desarrollo del esmalte dental) para aproximarse a la población cazada (edades y sexos) y a la época del año en que fueron abatidos. Los resultados le permiten proponer cambios importantes a lo largo de los tres niveles arqueológicos.
En el nivel 4, el más antiguo, se cazan machos y hembras, con edades que representan a toda la población, y se abaten a lo largo de todo el año, con una concentración importante en primavera. En el nivel 6, se cazan sobre todo hembras, también de edades que representan a toda la población, y que son abatidas a lo largo la primavera y la primera mitad del verano. Y, por último, en el nivel 7 hay un cambio total de los perfiles: Se cazan machos, basicamente en edad reproductora, abatidos al final de la estación cálida (finales del verano y comienzos del otoño).
Extrapolando estos datos a la etología de los ciervos, Rendú explica que la caza en el nivel 4 puede interpretarse en dos sentidos: O bien es una caza "no selectiva" a lo largo de todo el año (con un "pico" al inicio de la estación cálida), o bien se trata de un palimpsesto que refleja varias estrategias de caza, en varias estaciones del año, superpuestas en un mismo nivel arqueológico.
En el nivel 6 la organización de la caza se centra -según el autor- en los rebaños de hembras, que tras la época de parto están biológicamente debilitadas y tienen una movilidad más predecible y reducida, a causa de la atención que requieren los cervatos.
Por fin, en el nivel 7, la organización de la caza da un giro importante: Se abaten machos, que probablemente están debilitados tras la berrea y el apareamiento, a finales del verano y en otoño.
Todos esos cambios llevan al autor a enunciar un interesante problema interpretativo: Los cambios en las estrategias de caza, entre niveles, difícilmente pueden explicarse por el cambio del MTA Tipo A al MTA Tipo B (es decir, el paso de una movilidad logística a otra residencial).
En concreto, Rendu destaca que el cambio radical en los objetivos de la caza, entre el nivel 6 y el nivel 7, se corresponde con una continuidad casi total en las industrias líticas (MTA Tipo B).
Para resolver ese problema, Rendu propone una explicación que integra lo local en procesos de cambio más generales. Un hecho comprobado (por los estudios geológicos y estrátigráficos) es que el espacio disponible en Pech-de-l'Azé I, para el hábitat doméstico, se va haciendo menor a lo largo del Pleistoceno. Esto se debe a la caída de bloques de la visera rocosa.
Así, la zona "útil", donde asentarse, es menor en el nivel 6 con respecto al nivel 4. Y se vuelve todavía más pequeña en el nivel 7. Eso, según Rendú, limita el tamaño del grupo que puede habitar el abrigo en cada momento, y por ello cambia el uso que se le dá, en función del espacio disponible. Así, un lugar de ocupación más o menos estable, prolongado en el tiempo o frecuentado en varias estaciones (nivel 4), pasa a ser un lugar de habitación utilizado sólo en la primera parte de la estación cálida, de principios de la primavera a mediados del verano (nivel 6). Y finalmente, se convierte en un alto de caza para grupos pequeños, que abaten ciervos machos al final del verano y comienzos del otoño.
Cuadro-resumen de la propuesta de interpretación
de Rendu (2010) para el registro de Pech-de-l'Azé I
Esos cambios en el uso del espacio, según el autor, documentan la flexibilidad, las capacidades de planificación y gestión de espacio (el doméstico y el territorial) de los Neandertales; Y, sobre todo, su excelente adaptación al medioambiente Pleistoceno.
Balance final
Como balance final, diría que el trabajo de William Rendú es un estudio completo, coherente y valioso para la disciplina. Destaca por integrar la esqueletocronología y la etología (comportamiento) de los animales, con el análisis de la organización económica de los grupos neandertales.
Aunque es cierto que encontré algunas carencias, en general me parece un buen artículo. Además, pertenece a un campo en el que los trabajos son relativamente escasos; y los buenos trabajos, aún más escasos. Viendo el enorme potencial de la arqueozoología para avanzar en el conocimiento de las sociedades prehistóricas, resulta evidente que debemos trabajar para corregir esa escasez.
Referencia de Research Blogging:
Rendu, W. (2010). Hunting behavior and Neanderthal adaptability in the Late Pleistocene site of Pech-de-l'Azé I Journal of Archaeological Science, 37 (8), 1798-1810 DOI: 10.1016/j.jas.2010.01.037
Bibligrafía adicional
Soressi, M. (2002): Le Moustérien de tradition acheuléenne du sud-ouest de la France. Discussion sur la signification du faciès à partir de l’étude comparée de quatre sites : Pech-de-l’Azé I, Le Moustier, La Rochette et la Grotte XVI. Thèse de l’Université Bordeaux I, 339 pp. [pdf con imágenes de baja resolución (6 MB)] [pdf con imágenes de alta resolución (36 MB)]
Binford, L. R. (1980): "Willow Smoke and Dogs' Tails: Hunter-Gatherer Settlement Systems and Archaeological Site Formation". American Antiquity, Vol. 45, No. 1 (Jan., 1980), pp. 4-20. URL estable.