La dieta de los Neandertales ha sido el foco de atención de numerosos estudios científicos, en especial en los que se refiere al final del Paleolítico medio y comienzos del Paleolítico superior.
En muchos de esos trabajos, a menudo se ha partido de una posición previa, que presupone la inferioridad del Hombre de Neandertal respecto a los Humanos Anatómicamente Modernos. Con ese a priori, las diferencias en la dieta entre Neandertales y "modernos" se interpretan como reflejo de una diferencia cualitativa, entre unas estrategias de subsistencia superiores (modernas) y otras inferiores (neandertales).
De esta forma, a través de lo que L. R. Binford llamaría "argumentos acomodaticios posthoc", se generan profecías autocumplidas que colocan a los Neandertales en el clásico "no-win scenario".
Explicado en palabras más sencillas sería más o menos así: Se da por supuesto que los neandertales son inferiores. Después se detecta, por ejemplo, que parece que las gentes neandertales no recurrían a la caza o recolección de pequeños animales (como los lepóridos -conejos y liebres-, los moluscos o los quelonios -tortugas).
Y es entonces cuando se afirma: "la caza o recolección de pequeños animales es un factor muy importante dentro las capacidades de los Humanos Anatómicamente Modernos, y pudo llevar a la extinción de los neandertales, que no cazaban o recolectaban esos animales."
El problema es que no se va más allá en la reflexión, no se examina qué puede haber de cierto en esas afirmaciones. Sobre todo, no se genera un modelo sobre cómo pudo pasar aquello; es decir, cuáles son los mecanismos que explicarían la supuesta ventaja o desventaja, y cómo se pueden contrastar en el registro arqueológico de las sociedades de cazadores-recolectores del Pleistoceno.
Se asume que los neandertales eran víctimas de sus limitaciones. Su falta de capacidad de innovar, planificar, trabajar en grupo, establecer lazos sociales eficaces, etc., ya justifica per se que las estrategias de los humanos "modernos" sean más eficaces.
Este tipo de elaboración ha sido relativamente común en nuestras disciplinas (me refiero a la arqueología prehistórica y la paleoantropología) y debe ser abordada de manera crítica, desde al menos dos perspectivas.
Por una parte, se debe partir del análisis de los argumentos y razonamientos que subyacen a las propuestas, de manera que no se admita como presuntamente válida cualquier hipótesis, por mal construida, ilógica, o carente de una mínima base en el registro que resulte.
Esto es de gran importancia, dada la enorme inflación de causas de la desaparición neandertal que han llegado a las páginas de las publicaciones científicas.
Se ha defendido la extinción neandertal porque no supieron gestionar el frío, el calor o los cambios bruscos del clima, porque no articularon sistemas comerciales, por limitaciones en el ritmo de reproducción derivadas de la mortalidad infantil, por sus incapacidades linguísticas, por encefalopatía espongiforme (¡el mal de las vacas locas!), por supervolcanes, por enfermedades virales, por una tecnología deficiente (con decenas de sub-variantes), por una gestión ineficaz del territorio, por una baja movilidad y una estrategia residencial de subsistencia, por una hiperespecialización en la caza de grandes manadas de herbívoros de pradera periglaciar (incompatible por cierto con una baja movilidad o estrategias residenciales), por una supuesta falta de capacidad simbólica -como reflejo de una falta de etnicidad o de redes de intercambio de información-, por considerarlo un gran carnívoro más, como la hiena, que desaparece con el advenimiento del "hombre moderno", y también por la menor capacidad, frente al H. sapiens, para cazar o recolectar animales pequeños de todo tipo.
Por otra parte, algunas formulaciones no sólo adolecen de una inconsistencia en sus planteamientos elementales, sino que además ignoran la realidad del registro arqueológico del Paleolítico medio, que representa la cultura material de las poblaciones neandertales.
A menudo esto se explica por el desconocimiento involuntario de las evidencias, y por ello es necesario promocionar el desarrollo de estudios específicos y de trabajos de síntesis. Pero sobre todo, hay que insisitir en la publicación de resultados con el máximo impacto posible, de manera que los hechos arqueológicos participen de manera efectiva en un debate en el que la hiperabundancia de hipótesis oscurece el panorama.
...y ¡Tortugas!
También se ha dado el caso de determinadas evidencias, que no recibieron en principio mucha atención, pero se han ido analizando y situando en su contexto a lo largo de los años, y sólo recientemente la comunidad científica se ha dado cuenta de su importancia. Entre ese tipo de evidencias podemos situar a los restos fósiles de tortugas en yacimientos neandertales. Se trata de un animal que, al parecer, tuvo una cierta importancia en la dieta de esas poblaciones, al menos en zonas de clima mediterráneo.
Testudo hermanni o tortuga mediterránea
En efecto, la importancia de los quelonios no ha descubierta hasta hace relativamente poco. Los estudios de Costamagno y Laroulandie (y otros) en Francia, y los de Stiner (y otros) en el Mediterráneo oriental y en Italia, han ido mostrando, desde los años noventa, la presencia de tortugas en yacimientos neandertales del Paleolítico medio.
Hoy nos vamos a centrar en los trabajos llevados a cabo en la Península Ibérica, y en particular en dos estudios publicados en el Journal of Archaeological Science en los últimos años. Estos trabajos son importantes por varias razones que resumiré al final del post.
En 2008, R. Blasco publicó un trabajo sobre el consumo humano de tortugas en el nivel IV de la Cueva de Bolomor, en Valencia (España).
Es un estudio bien cimentado, que parte de la documentación de los restos de tortuga en un nivel de ocupación neandertal de Bolomor, de más de 130.000 años de antiguedad, y con industrias musterienses. La autora estudia esos restos desde la tafonomía y la zooarqueología.
Una vez documentados los restos, se estudian las marcas que dejaron los filos de útiles de piedra (raspados y estrías) y los estigmas que quedan de los impactos (con útiles masivos) para romper la "coraza" de las tortugas. En cuanto a las estrías y raspados, aparecen en el caparazón superior y el plastrón (placa ventral), y también en los huesos de las extremidades, de forma que se documenta como se desarticulaban y descarnaban estos animales, para comerlos. Los impactos masivos aparecen tanto en el caparazón como en el plastrón, por lo que parece que había varias formas de partir la coraza.
Marcas hechas por útiles líticos (Blasco, 2008)
También se detectan partes del caparazón con huellas de haber sido expuestas al fuego. Esas huellas están sobre todo en la parte experior del caparazón superior, lo que se interpreta como que -en general- las tortugas se cocían "panza arriba". Esa forma de preparar las tortugas se ha documentado etnográficamente entre varios pueblos cazadores-recolectores. Otras huellas de exposición a las llamas (menos numerosas) se interpretan como producto de que algunos restos de caparazón fueron arrojados al fuego.
Alteraciones por fuego (Blasco, 2008)
Por último, un aspecto que me ha parecido de gran interés es el estudio de marcas de dientes humanos. Estas marcas se detectan sobre los huesos de las extremidades de las tortugas. Algunos de los ejemplos presentados son muy claros, y se aprecian los negativos de la impresión de un diente típicamente humano. Otras huellas, en concreto las fracturas "con lengueta", que son típicas del consumo de pequeños huesos, no muestran estigmas directos de los dientes. Este segundo tipo de huellas no es tan diagnóstico, pero en el conjunto -junto a los otros estigmas- creo que pueden considerarse representativas de la acción humana.
Huellas de mordeduras humanas (Blasco, 2008)
En resumen, este trabajo aporta una información muy completa sobre modo en que las poblaciones neandertales consumían las tortugas, al menos en ese lugar (Bolomor, Valencia) y esa cronología (más de 130.000 años). Es muy interesante valorar el uso del fuego, de forma más o menos sistemática, y el aprovechamiento completo de los animales, con la fractura del caparazón, el desarticulado y el descarnado. También llama la atención la similitud de los modos de consumo de estos animales, entre los neandertales de hace 130 milenios, y las comunidades de cazadores-recolectores actuales o subactuales.
El trabajo de Bolomor es exhaustivo, y se parte de la evidencia material sin asumir grandes aprioris. Pero no trata de ofrecer una imagen general más allá de ese yacimiento. Un avance en ese sentido, el de buscar un enfoque más amplio que permita avanzar desde las evidencias a los modelos más generales, lo encontramos en otro trabajo de 2009.
Me refiero al artículo de J. A. Morales Pérez y A. Sanchís Serra sobre el registro fósil del género Testudo en la Península Ibérica. Este estudio es menos exhaustivo en el análisis de los restos, y con algo menos de atención al detalle tafonómico, pero por otra parte presenta una recopilación de referencias y menciones de la presencia de tortugas en el mediterráneo occidental del Pleistoceno, y en especial en Iberia. Así, aporta la visión de conjunto y ofrece datos muy relevantes.
Mapa tomado de Morales Pérez y Sanchís Serra, 2009
De esos datos, algunos son de tipo paleontológico, y no nos interesan mucho para la dieta de los Neandertales. Pero otros se refieren precisamente a la subsistencia, y son de gran interés: El estudio concluye que (aunque faltan estudios tafonómicos), la presencia de tortuga en los yacimientos del Pleistoceno superior de la Europa mediterránea se explica, de forma casi exclusiva, por la aportación por parte de los humanos. Es decir, para su consumo.
Por otro lado, se aborda el tema de la desaparición de la especie Testudo hermanni en el Mediterráneo occidental, que coincide con el paso del Paleolítico medio al superior. A partir de la distribución de las evidencias en el tiempo y en el espacio, y comparando con otros periodos anteriores, los autores plantean que la desaparición de las tortugas tiene que ver con causas climáticas, y no con un cambio en las estrategias de consumo humano.
Y son importantes porque...
Los trabajos citados son importantes, en el tema de la subsistencia y dieta neandertal, porque la presencia de T. hermanni, en yacimientos del Paleolítico medio mediterráneo, es muy amplia y abundante. Y el consumo de estos animales parece estar plenamente integrado en la dieta neandertal desde tiempos bastante antiguos.
Junto con otras evidencias, como el consumo de lepóridos (conejos y liebres), pequeñas aves, peces y mariscos, estos trabajos hacen poco probable la hipótesis de que un mayor o más eficaz consumo de pequeños animales, por parte de los Humanos Anatómicamente Modernos, pudiera ser la causa de la extinción neandertal.
Referencias
Blasco, R. (2008). Human consumption of tortoises at Level IV of Bolomor Cave (Valencia, Spain) Journal of Archaeological Science, 35 (10), 2839-2848 DOI: 10.1016/j.jas.2008.05.013
Morales Pérez, J., & Serra, A. (2009). The Quaternary fossil record of the genus Testudo in the Iberian Peninsula. Archaeological implications and diachronic distribution in the western Mediterranean Journal of Archaeological Science, 36 (5), 1152-1162 DOI: 10.1016/j.jas.2008.12.019